Oigo las voces ebrias
de los muertos vivos
que caminan
por la madrugada inquieta.
Me reconforto
aislado de ellos
en el ataúd de paredes
que me acoge hospitalario.
El domingo se despereza
y despliega sin entusiasmo
un abanico de horas
que transcurrirán sin pena ni gloria.
El día seguirá avanzando.
Otros muertos vivos
de conducta "irreprochable"
pasearán en compañía
hablando, mintiendo y ocultando.
Son los muertos vivos sociables.
Los peores sin duda.
Los de la sonrisa hipócrita.
Los de las palabras huecas.
Los de los abrazos envenenados.
Doy las gracias por estar lejos de todos.