Serpentea la alfombra roja
a través de una colina desconocida.
Asciendo pisando la alfombra.
Es imposible no subir.
Al poco rato: dos puertas majestuosas.
De altura infinita.
Doradas.
Dos puertas
profusamente decoradas
que lucen caras de animales.
De personas.
De signos que no comprendo.
De repente las puertas se abren mágicas.
Accedo al otro lado.
Todos los muertos que conocí están allí.
Me miran sonriendo.
Aplauden y me vitorean.
Me dan una cálida y acogedora bienvenida.
No sé qué decir.
Un estruendo a mi espalda.
Las puertas se han cerrado y ya no están.
Los muertos han desaparecido.
Ahora estoy a solas en la más absoluta nada.