Justiniano necesita dinero
para salir el sábado noche
por eso ha decidido trabajar
como estatua en las ramblas
subido en un silla de camping
y maravillosamente vestido
de emperador romano
con una sábana rota y descolorida
como túnica imperial
ceñida a la cintura
por una vieja corbata naranja
bajo la que asoma
cuando sopla el viento
un chándal azul eléctrico
y un par de manojos de laurel
pegados con cinta adhesiva
de color amarillo
alrededor de sus orejas
pero cuando lleva media hora
de magnífico espectáculo
comprueba con tristeza
que su espléndida obra
está siendo ultrajada
por la tacañería humana
y que la gente mira y mira
pero no le dan ni una moneda
por lo que cambia de estrategia
y cada vez que lo miran
se baja de un salto
y no deja de perseguirlos
saltando a su alrededor
con una mano extendida
y la silla de camping en la otra
hasta que finalmente
obtiene el merecido pago
por su exquisita representación.