Mañana es la verbena.
Verbena de San Juan.
Mis mejores recuerdos
hacen cola suspirando ansiosos
en el salón más bonito de mi memoria.
Días como hoy
de hace muchos años
mis amigos y yo
por las calles del barrio
recolectábamos maderas
para apilarlas en la futura hoguera.
Pantalones cortos.
Sonrisas inmensas.
Y el corazón casi ardiendo de fiesta.
Después nos distribuíamos
en feroces e implacables guardias
para que no nos desvalijaran
los malditos ladrones de hogueras rivales.
Y llegaba la verbena.
Y los jardines de las casas
se iluminaban con farolillos de colores
y mil canciones maravillosas alegraban los oídos.
Y los petardos.
Y las cocas de piñones, crema, cabello de ángel...
Y las novias soñadas resplandecían.
Y las familias esa noche no peleaban.
Y si no teníamos más dinero para petardos
fabricábamos bombas artesanales
con carbón vegetal, azufre y pastillas de potasa.
Y desgraciadamente
algunos dedos salieron volando
por infantiles errores de cálculo...
Ahora mismo esos recuerdos con fuerza me abrazan.
No queda nada.
Sólo suspiros y añoranzas.
Desaparecieron las familias y las novias soñadas.
Mis amigos
fueron devorados
por la vida y por el tiempo.
Yo escribo mientras voy borrándome en silencio.
Toda esa alegría
que tanto nos iluminó
debe estar enterrada
en un cementerio desconocido
donde reposan
las emociones más tiernas
y los más hermosos sentimientos.
Me gustaría depositar allí un ramo de flores y un beso.