2 de julio de 2023.
Recién amanecido.
Por la calle resuenan
las últimas risas
de quienes alargan la noche.
Unas risas de chiquillas.
Campanillas alegres
en sus gargantas de cristal.
Ojalá esas risas risueñas
se contagiaran por toda la ciudad.
El calor ha dado una tregua.
Una caricia de brisa amable
entra por la ventana simpática
de este domingo azul y agradable.
El trino de mil pájaros
se suma a las gargantas de cristal.
Es como si ahora mismo
el mundo fuera una gran fiesta.
Pero no lo es.
Los pájaros no tardarán en enmudecer.
Las gargantas de cristal
harán sonar sus jóvenes campanillas
en los territorios imprevisibles de Morfeo.
Y yo veremos qué haré.
Vetada la playa
por incineradora y cancerígena
además de atiborrada y llena de maleducados
se reducen muchísimo las posibilidades.
Dicen que las bicicletas son para el verano.
Doy fe que el domingo pasado
la bicicleta y yo parecíamos un engendro asado
cuando volvíamos por las aceras incendiadas de sol.
Bajo el sol no quiero hacer más ejercicio
Quizá vaya a la piscina cubierta.
O busque un museo donde distraer mi cabeza.
Aunque al final acabe admirando
a las visitantes humanas de los museos.
Sin duda son las mejores obras de arte.
O quizá vuelva al pasado
y busque ún árbol frondoso en el barrio de mi niñez.
Un árbol de sombras y recuerdos hospitalarios.
Hay dos árboles que siempre acaricio
cuando regreso a los años donde latían los futuros.
Entonces esos árboles eran más delgados
y servían como postes de una maravillosa portería.
Había otras porterías fruto de la imaginación.
Una de ellas estaba formada por una farola
y la esquina de una casa martirizada a balonazos.
Estoy convencido que soy el único de los que jugaba
que todavía regresa allí: al mágico y prodigioso parque de los sueños.
Y sí.
Cuando voy acaricio eso dos árboles que ahora son más recios.
La otra portería desapareció.
La farola ya no está.
Y la casa martirizada todavía me mira mal desde sus oscuras ventanas.
Pero en cambio los árboles me reconocen y me quieren.
Y los acaricio con las manos y el corazón.
Y les doy las gracias en nombre de todos.
Y me quedo un rato reviviendo lo que ya no es pero que tanto fue.
Y poco a poco van reapareciendo caras, nombres, amigos, novias y muertos.
Y entonces soy yo el poema.
Un poema que se hace niño deambulando por los laberintos del tiempo.
Un poema tan puro y tierno que todos su versos brillan mucho más que el sol.