En esta pantalla
estoy en la playa
rodeado de desconocidos.
A mi lado un hombre
grita más que habla
a través de su smartphone.
Me fijo.
Es un iPhone
de última generación.
Indudablemente muy caro.
El hombre sigue hablando
y su voz cada vez más alta
me taladra los oídos.
La gente lo mira con mala cara.
Hasta las gaviotas huyen.
Está claro que aquí hay una pista.
Busco algún indicio pero no lo encuentro.
Sólo queda una solución.
Le arranco el iPhone de las manos
y lo arrojo unos treinta metros mar adentro.
Se queda boquiabierto mirándome.
Ya no habla.
Ni grita.
Es el momento.
Entonces le pregunto:
- Hay algún mensaje secreto que debas darme?
Silencio.
Pruebo otra vez y arriesgo un nombre:
- Hay algún mensaje agente X-7?
Silencio glacial.
Como no contesta
doy tres vueltas a su alrededor
imitando a una gallina que no para de cacarear.
De repente el agente del mal intenta estrangularme.
Le barro las piernas
con mi patada mágica
y lo inmovilizo en la arena.
Hago el último intento antes de que se acabe el tiempo:
- X-7 es tu última oportunidad
dime dónde puedo contactar con los magos
que me proporcionarán los hechizos necesarios.
Pero el gritón ya no dice nada y tiene los ojos en blanco.
Parece que se ha desmayado porque aún respira.
Como si jugáramos
lo cubro de arena dejando su cabeza fuera
y para protegerlo del sol
le tapo la cabeza con el cubo de un niño
que ya ha empezado a llorar como si lo mataran.
La que se va a armar cuando aparezca el padre...
Y silbando como un magnífico agente secreto
me voy caminando por la orilla en busca de otras pistas.