La noche es de los canallas.
Ellos la iluminan.
Zigzaguean intrépidos
por las calles asustadas
montados en sus escobas de neón.
Mientras tanto
en las barras de los bares
las parejas de futuros divorciados
parlotean irascibles sin apenas escucharse.
Me escapo lo más rápido que puedo
y salgo en busca de algún remanso de paz.
La conciencia me dice: vuelve, vuelve a casa.
Pero si vuelvo la maldita conciencia se burlará.
Sigo por los laberintos de la noche
esquivando grupos de canallas desahuciados por la vida.
Los veo.
Los pienso.
Me apenan.
Ellos aún no lo saben pero sufrirán.
Cuándo será que la vida los dejará KO?
En qué lugar abrirán los ojos y contemplarán su ruina?
Yo recuerdo cuando contemplé la mía.
Fue un día inesperado.
Justo cuando las campanas repicaban por mí.
Justo cuando los futuros se inclinaban a mi paso.
Justo cuando todos me regalaban los oídos con flores de palabras.
Yo no vi venir al demonio.
No lo esperaba.
No lo imaginaba.
Y entonces todo se derrumbó.
Y mi vida se agrietó en todas direcciones.
Y me resquebrajé por dentro.
Y ya nunca más fui el que había sido.
Vuelvo a la noche del ahora.
Dejo atrás las campanas, las flores y lo que pudo ser.
Ya fallecí.
Ya no hay caso.
Me siento en un banco improbable bajo un árbol que dormita.
Veo desfilar la vida en todo su decaimiento.
El cielo está apagado.
La calle seca y estremecida.
En las terrazas beben y beben los desheredados hijos de la noche.
Igual que los peces del río pero sin villancicos.
La navidad quedó atrás.
Y con ella todas sus mentiras de purpurina y buenos deseos.
Llegó enero.
Y luego febrero.
Y ahora marzo.
Y no hay bombillas de colores en los balcones de las casas.
Ni regalos para ocultar el horror de la gran tragedia.
Los meses de invierno empiezan bonitos pero acaban angustiados.
El mundo y la vida no dan para más.
Hasta los farsantes navideños acaban arrinconados cualquier día
y comprenden, aunque jamás lo reconocerán, que van camino del olvido.
Pienso en lo que vendrá.
Y un feroz gato angustiado me araña por dentro.
Me dan ganas de maullarle a la luna.
La busco y no la encuentro.
Si está los edificios la esconden.
O quizás ella no quiera verme.
Le he prometido tantas cosas que luego no le he dado...
Echo de menos su belleza y su luz.
Las únicas luces blancas que veo son las de las escobas de neón.
Esas escobas pilotadas por canallas intrépidos.
Siguen zigzagueando por las calles buscando un paraíso que no existe.
Pero eso no puedo decírselo.
Eso lo descubrirán ellos mismos en el futuro.
Ese futuro oscuro, terrible y hambriento que sin duda alguna los devorará.