Mis abuelos tenían una casa enorme.
Una casa en un pueblo de cuento.
Una casa de varios pisos y muchos balcones.
También tenían campos y huertos.
Y animales, muchos animales:
Caballos, burros, gallinas, conejos y cerdos...
Tenían una bodega donde dormía fresco el vino.
Tenían agua, sol, lluvia y tiempo.
Tenían horizontes, naturaleza, río y perros.
Mis abuelos eran hijos de la tierra
y en la tierra reposan sus nombres y sus huesos.
He pensado en ellos
esta mañana descolorida
al despertar en mi nicho de cemento.
Un nicho entre cientos de miles de nichos
que se valoran como si fueran el mismo paraíso.
Un paraíso que da pena verlo.
Un paraíso sucio y viejo.
Un paraíso de aire contaminado y muerto.
La naturaleza aquí murió de pena.
La naturaleza aquí es de alquitrán y veneno.
Yo no tengo animales, ni campos, ni huertos.
Ahora casi nadie los tiene.
Ahora, con suerte, tenemos números en una pantalla.
Números y desequilibrios emocionales.
Ese es todo nuestro patrimonio en este mundo siniestro.
Tú lo has dicho, como si fueran el paraíso. Cómo me preocupa el tema de la vivienda. Mierda de especuladores.
ResponderEliminarTus abuelos vivían henchidos, y tú, cuando ibas de vacaciones te lo tenías que pasar pipa. Qué guay.
Besitossssss
Cuánta razón tienes y qué bien lo has contado.
ResponderEliminarSaludos.
Pues sí, muy bien contado.
ResponderEliminarCuantos recuerdos buenos de mis abuelos.
Ahora ya nada es igual.
Feliz día Toro
Un abrazo