DOMINGO RECIÉN HECHO

Se abre el domingo
ante mis ojos
como un milagro
de pan recién hecho.
Dan ganas de ser bueno.
Y de obedecer.
Y de no dar problemas.
Y de no pensar.
Y de opinar lo que diga la mayoría.
En los cuatro puntos cardinales
de la ciudad encarcelada
puedo jugar a que no pasa nada.
Es el juego mundial
que tiene más seguidores.
Puedo nadar.
Puedo pasear.
Puedo ir en bicicleta.
Puedo ir a la playa.
Puedo tomar el vermut en una terraza.
Puedo ver cómo se agrieta el domingo.
Puedo ver cómo los jóvenes
siguen siendo condenados
por los que pronto van a morir
y silbar mirando hacia otro lado.
Y luego... cuando la función acabe
puedo volver al punto de partida
y desmoronarme entre las horas falsas
con una sonrisa acartonada de buen ciudadano.
Pero no me da la gana.
En realidad quiero 
desenvainar la espada de las palabras
y cortar las cabezas de los esclavos sin alma.
Y chutar sus cabezas hacia porterías lejanas.
Y marcar goles cósmicos aplaudidos por las estrellas.
Y vestirme de ángel.
Y por supuesto también de diablo.
Y bailar salsa con las monjitas muertas.
Y reír por todos los chistes que jamás me contaron.
Y llorar por todos los muertos que nunca llegué a conocer.
Y preguntar por los que aún no han nacido.
Y despedir a los que se fueron antes de que naciera la memoria.
Y atropellar fantasmas con la bicicleta por las calles que me acunaron.
Y nadar en los mares del tiempo.
Y volver a ser el hijo que tenía mil futuros.
Y verme desde el futuro imposible que no me contemplará.
Y perderme para siempre en el laberinto de los corazones iluminados.
Y ser ceniza, y luego mar, y luego sol, y luego nube y lloverme una y otra vez
hasta que el fin de los tiempos y universos me convierta en un átomo de nada.