Ayer por la mañana
fallecí varias veces
en apenas noventa minutos.
Abrasado
por un sol
que no tiene perdón.
Luego resucité
bajo las raquíticas ramas
de una palmera que parecía depresiva.
Un paseo por el mar
que prometía ser delicioso.
Pero no... no lo fue.
El sol.
El puto sol de primavera
que estaba más encendido que nunca.
Los paseos por el mar
hay que hacerlos en invierno
cuando sólo hay muertos
dando vueltas sin sentido
y gente expulsada de los futuros.
Con frío.
Con viento.
Con nubes.
Con lluvia y mi paraguas invencible.
El sol de primavera es un sinvergüenza
que no conoce la piedad ni la compasión.
También lo son las cotorras
que cotorreaban caminando detrás mío.
Qué dolor de cabeza escuchar esas voces.
Qué tortura para la humanidad.
Deberían coserles las bocas
o ponerles cemento en las gargantas.
Cuando no puedo más me quedo quieto
y dejo que pasen
y que se alejen con sus voces borrachinas
y no voy a negarlo
miro sus nucas con mucha intensidad
pero hasta ahora no he logrado nunca que exploten.
Cuando me recuperé de las muertes
y de la resurrección
que no es tan bonita como parece
volví de sombra en sombra
hasta llegar a mi refugio hogareño
donde volví a ser el que era pero sudado.
Y entonces uno de los locos que me habita
tuvo una idea proporcional a su equilibrio mental.
Una sauna, dijo!!!
El resto de los que habitamos el cuerpo
no nos lo podíamos creer pero ayer le tocaba mandar a él.
Salimos de casa resignados
y vestidos con ropa deportiva de verano.
Y a la sauna fuimos todos dentro del mismo cuerpo.
Hay que reconocer que el sudor de la sauna es hermoso.
Es un sudor de rancio abolengo.
Un sudor de corona real.
Yo diría que está emparentado con las monarquías nórdicas.
Nada que ver con el sudor urbano más propio de las clases bajas.
En la sauna fallecí dos veces o tres pero fue bonito.
Y la resurrección con duchas de agua helada entre cada fallecimiento
no tiene nada que envidiar a la de Lázaro ni de otros si los hubiera.
Después el loco mandón nos llevó al cuerpo
y al resto de dueños del cuerpo
a flotar y relajarnos en la piscina de agua tibia.
Allí nos enamoramos de una señora alemana de bonita sonrisa.
Pero cuando habló tenía voz de cotorra germánica
y ya todos buscamos su nuca para mirarla intensamente
con intenciones explosivas que lamentablemente no tuvieron lugar.
Dado que la Frau Cotorra se empeñaba en socializar
no nos quedó más remedio al cuerpo y a todos los que lo habitamos
que irnos a nadar a la piscina de agua fría donde el sol se deprime a diario.
Allí decidimos estar un buen rato
y después de una maravillosa ducha sagrada
volvimos al refugio hogareño sin toxinas y con la piel silbando.
Incluso el sol nos miraba enfadado.
Y me pareció que nos amenazaba con una voz de cotorra ardiendo...
Pero claro...
el sol no tiene nuca
y si la tuviera no hay que mirarla
porque dicen los profetas ciegos
que nos jugamos de por vida las retinas.
Por la tarde
y después de una buena siesta
volví/volvimos al mar... sí, al mar, cosas del loco mandón.
Pero el sol ya estaba falleciendo y sus rayos daban risa.
Incluso se podría mirarlo un buen rato
y luego denunciar a los profetas ciegos por sus advertencias exageradas.
Por la tarde ya estaba protegido con auriculares y música de jazz.
Auriculares anticotorras que impiden los ataques de esas voces demoníacas.
Y me sentía muy bien.
Mejor dicho nos sentíamos todos los de este cuerpo.
Con la piel muy limpia.
Con las toxinas exterminadas.
Con la mirada clavada en el horizonte.
Con mil poemas locos, ayer mandaba el loco, dando vueltas por la cabeza.
Con una brisa amable que juraba odiar al sol.
Con ganas de escribir un poema muy largo entre todos.
Con muchas sonrisas de felicidad dentro del cuerpo que nos contiene.
Al final volvimos a casa llevando a hombros al loco que tan bien nos dirigió.