UN BORRACHO

A veces quisiera ser un borracho
de mil bares y noches interminables
que camine pateando nadas
sin ningún rumbo
por todas esas calles estúpidas
llenas de muertos que caminan y hablan.
Un borracho que no recuerde
ni su nombre
ni sus orígenes
ni malditos recuerdos
viejos, amarillentos y peligrosos.
Un borracho sin familia ni pasado.
Un borracho sin sueños ni futuro.
Un borracho que escriba poemas
salvajes como decapitaciones
en las servilletas de los bares
y que acabe peleándose con todos los clientes
hasta que no quede nadie de pie.
Un borracho que hable con los árboles
y con las calles oscuras
de madrugadas olvidadas y desiertas.
Un borracho que nazca cada día
a un mundo nuevo que no le importe
y que se ría de la muerte
cada vez que los sobrios
le miren completamente asustados.
Un borracho conocido en los hospitales
que piropee a las enfermeras
y le enseñe medicina de la buena
a los médicos que se le acercan.
Un borracho peligroso
de esos que asustan a los correctos.
Un borracho que no tenga miedos
curtido en comisarías y en mil peleas.
Un borracho de juicios inútiles
y sentencias imposibles de cumplir.
Un borracho que escupa a la vida
después de beberse mil copas
y que escriba poemas de amor
a cualquier mujer que le apetezca besar.
Un borracho de días contados
de asistentes sociales que arrojan la toalla
de cicatrices en toda la piel
y de múltiples fracturas mal curadas.
Un borracho de apariencia inolvidable
de familias que se apartan a su paso
y de entrañables perros que lo acompañan.
Un borracho que sólo cuente dinero
para pagarse la próxima botella de vino.
Un borracho que patee sobrios
cada vez que le aconsejen sobre la vida
y que se ría en la cara de todos aquellos
que alardean de sus vidas
tan correctas, cuadriculadas y aburridas.