UNAS SILLAS VACÍAS

Al otro lado de la mesa
hay unas sillas vacías.
A veces vienen
algunos de mis muertos
se sientan y me miran.
Yo disimulo
y hago ver
que no me doy cuenta
y sigo trabajando
como si no estuvieran.
Y no hago caso
de esas caricias de aire
que nacen de repente
rozándome la mejilla
ni de esos crujidos
que vienen de ninguna parte
ni de algunos documentos
que inexplicablemente
ahora están un poco girados.
Pero algunos días
al verlos llorar
mi corazón se rompe
y entonces me levanto
y salgo afuera
y camino
y respiro hondo
y me calmo
y cuando vuelvo
ya no están
ya se han ido a donde sea.
Entonces acaricio las sillas
y seco algunas lágrimas
que todavía quedan
y vuelvo a colocar
los papeles y documentos
tal como estaban
antes de que ellos vinieran.