TRAS LAS VACACIONES

Tras las vacaciones
he vuelto
al depósito
de los futuros cadáveres.
Están todos ahorcados.
Hablan.
Se mueven.
Parpadean.
Pero están ahorcados.
Cuelgan de sus vidas muertas
que los balancean sin ton ni son.
Las mismas tonterías.
Las mismas estupideces.
Nimiedades.
Hastío.
El laberinto infinito
del que jamás se sale.
Los miro.
Ya no sé ni qué son.
Ya no sé ni quiénes son.
Sus nombres y apellidos
me resultan conocidos
pero los cuerpos
están cada vez más muertos.
Años y años de oírlos y verlos
y cada vez me resultan más extraños.
Apenas queda nada.
Los nombres
los apellidos
y los cuerpos
en vías de descomposición.
Pieles amarillentas.
Arrugas en devastadora expansión.
Miradas de premuertos.
Manchados por el sol
como si fueran unas putas jirafas.
Me dan miedo.
Están medio locos.
Han perdido
el poco seso que tenían.
Vuelve la rutina
tras el espejismo veraniego.
Otra vez todos.
Más viejos.
Más extraños.
Más insoportables.
Ya no viven sus vidas.
Ahora viven las de sus hijos.
Y mientras van falleciendo lentamente.
Y hablan de cosas
que no me importan en absoluto.
Y de las injusticias que han sufrido.
Y de lo mal que funciona todo.
Y de mil rumores enfermos.
Me cansan.
Antes también me cansaban
pero huía rápidamente de ellos.
Ahora no quiero huir.
Ahora no quiero soportarlos.
Ahora quiero que desaparezcan.
Dentro de poco empezarán los entierros.