Ha llegado el calor
y ha convertido a la población
en un rebaño de sudorosos muertos vivientes.
Los miro y apestan.
Los huelo y no quiero verlos.
Sentados en bancos y terrazas
con la mirada ondulando en el aire decrépito
se van calcinando lentamente como pollos sin cabeza.
Los miro y vomito virtualmente.
Imagino las cucarachas recorriendo sus tráqueas.
Imagino su ropa interior tan gastada, sudada y repugnante.
Imagino sus órganos vitales jugando a la lotería
para por fin librarse de esos envases humanos tan insoportables.
El órgano que gana provoca un ictus
o un desmayo de esos tan espectaculares
o el principio de una demencia que aterrorizará a sus familiares.
El verano es una venganza de los dioses equilibradores.
El sol quema pieles y siembra tumores
que el futuro despiadado recogerá en miles de diagnósticos.
Pero da igual.
Los borregos no piensan.
Los borregos no sienten.
Los borregos se queman.
Y lo peor.
Se mueven.
La marabunta de descerebrados jamás está quieta.
Van en manadas destrozando el planeta allá donde pasan.
Hoy mismo deberían derretirse todos los aviones.
Hoy mismo deberían hundirse todos los cruceros.
Hoy mismo tendrían que fundirse todos los trenes.
Y los coches deberían estallar a lo largo y ancho del planeta
como si fuera la nueva navidad que celebrarían los humanos que sobrevivieran.
Y todos los turistas deberían volver a sus casas por carreteras, caminos y senderos
arrastrando las maletas de ropa sucia, ridículos souvenirs y toallas robadas de los hoteles.
Y el resto volver nadando entre medusas asesinas y tiburones hambrientos.
Pero no ocurre.
Ahí están esas alimañas.
Ahí están intentando destrozarlo todo.
Punto y aparte antes de que decida ahorcarlos.
Llegó el verano y resucitaron los vagos.
Es su época preferida.
Instalados en la molicie imaginaria de sus vidas agotadas deciden no hacer nada.
Todo se atrasa.
Todo se ralentiza.
Todo es un interminable vuelva usted mañana.
Los vagos son los bostezos de Lucifer.
Desde aquí animo a los mosquitos a que los acribillen.
Desde aquí animo al Estado a que cree centros para internarlos.
Desde aquí animo a las pantallas de televisiones, móviles y tablets a que se fundan en negro
y los dejen perdidos en esa bruma sucia de vida donde dormitan desde la mañana hasta la noche.
Las vacaciones transcurren entre turistas, vagos y mentirosos.
Aún recuerdo cuando yo socializaba.
Suerte que me fui de ahí.
Venían de vacaciones con todas las mentiras a punto de explotar en sus bocas.
Y pretendían que yo los escuchara.
Y durante años los escuché.
Luego fui aprendiendo a fingir que escuchaba mientras pensaba otras cosas.
Por ejemplo: degollarlos.
Ellos hablaban de resorts caribeños.
De cruceros por las islas griegas.
De Rovaniemi haciendo el turista subnormal para intentar ver a Papá Noel en verano.
De circuitos africanos viendo saltar a los masáis a cambio de cien dólares y si no, no saltan.
De las Maldivas y yo pensando en mi mala vida por tener que escucharlos...
Y pasé de fingir a pensar de forma preocupante
en cómo exterminarlos sin dejar rastro
mientras los pesados recalcitrantes seguían mostrándome fotos dignas de personas dementes.
Y al final decidí erradicarlos de mi vida.
Y lo conseguí.
Ahora no sé quiénes son las víctimas que soportan sus desquiciadas crónicas viajeras.
Me da igual.
Yo no.
Y estoy muy contento por ello.
Vivir entre la misantropía y la insociabilidad más hermosa tiene premio.
Y lo agradezco de corazón.
Yo ahora soy muy amigo de las puertas y de las paredes.
Y también de las sombras.
Y por supuesto del maravilloso silencio.
Las puertas y las paredes son mi escolta personal.
Cuando salgo a la calle, he de comprar comida y caminar, no tengo más remedio que verlos.
A algunos las cucarachas ya les han conquistado la cara.
A otros en cambio han sido las ratas que además con sus colas les azotan el inservible cerebro.
Y otros han sido alelados definitivamente por despidos justicieros enviados por la divina providencia.
Circulo veloz entre ellos.
He aprendido a esquivarlos.
Pero a veces colisiono contra sus hombros.
Cuando eso ocurre las gaviotas chillan en el cielo avisándome del peligro que corro.
Entonces voy más rápido aún.
Busco calles vacías.
Busco sombras reparadoras.
Busco tiendas medio olvidadas.
Me da igual que lo que compre esté o no de oferta.
Solo quiero vacíos, distancia y protección ante la marabunta oligofrénica.
Y por fin vuelvo a casa.
Entro y cierro con doble vuelta de llaves.
Y le doy las gracias a las puertas y a las paredes.
Y me emociono cuando el silencio me saluda guiñándome un ojo.
Y en la penumbra que me regalan las sombras generosas vuelvo a ser un poco de lo que fui.
Y respiro bien.
Y me relajo.
Y pienso que no falta mucho para que otra vez el mundo estalle.
Estallará en inacabables llamas de guerras que sí o sí han de venir a reconfigurarnos.
Nadie frenó el tren de la humanidad loca, egoísta y perturbada.
Y cualquier día se estrellará contra el muro de la historia que se repite.
Y el tiempo y el espacio harán sitio para interminables cementerios de cruces y cascos.
Y ataúdes blancos para niños.
Y mujeres violadas por jaurías de soldados que hay que exterminar.
Y las tragedias que aprendimos de pequeños volverán a reproducirse en una maldición que no cesa.
Y la muerte se vestirá de gala.
Y recogerá millones de cadáveres.
Y la poesía se escribirá con mucho dolor y zumo de hambre.
Y los poetas se volverán locos.
Y algunos escribirán en el aire.
Y otros en los charcos de sangre.
Y otros en las tumbas vacías de los jóvenes que no volvieron del frente.
Y en las calles los misiles y las bombas sortearán visados turísticos para disfrutar rápidamente del más allá.