UN DÍA RETORCIDO

Hay días que nacen retorcidos
como abortos de un tiempo maldito.
Hoy ha sido uno de ellos.
Un día que empieza con todo al revés
y empeora sin que nada pueda evitarlo.
Y las horas dejan de ser horas
y son cuchillas de afeitar
que te van rajando la paciencia.
Y los humanos que viven en esas horas
y que se te cruzan sin parar
ya no son humanos
son ogros y brujas que habría que decapitar.
Y de repente hay ruido en todas partes.
Un ruido que te carcome el cerebro
y te araña con sórdida malicia el corazón.
Y hasta el viento da media vuelta
y te sopla siempre de cara.
Y entonces piensas
que eres más fuerte que todo eso.
Y te refugias en la sombra de un vacío
y te dices a ti mismo que no te van a ganar.
Y vuelves a la luz.
Y allí están los ogros, las brujas, el viento cabrón
y los ruidos que ahora son superlativos.
Y no hay nada que pueda acogerte.
No hay nadie del que puedas fiarte.
No hay ni tan sólo una familia a la que pedir ayuda
porque ellos también son ogros y brujas
y escondido en sus palabras vive el ruido más atroz.
Y es entonces cuando llamarías a un amigo.
Pero ya no quedan amigos de verdad.
Sólo quedan idiotas de conveniencia para rellenar soledades.
Y esos idiotas no sirven para nada más.
Y te sientes absolutamente solo.
Y entonces encuentras la sombra de otro vacío.
Y escondido en esa nada te preguntas a ti mismo
qué sentido tiene tu ridículo sucedáneo de vida.
Y obviamente nadie responde.
Porque no hay nadie.
Porque no queda nadie.
Porque jamás habrá nadie.
Y entonces pones el cerebro en punto muerto.
Y te conviertes en un vegetal con apariencia humana.
Y entras en el metro
y procuras pasar inadvertido entre los ogros y las brujas.
Y parece que lo consigues.
Y consigues llegar a casa
y cierras con doble vuelta las cerraduras.
Y tu corazón vuelve a latir.
Y te sientes a salvo.
Y por fin consigues respirar en paz.